A veces, no resulta fácil explicar qué son o cómo funcionan cosas tan sencillas como el reiki. Más aún, cuando uno comprueba que su eficacia y beneficios son independientes de los conocimientos teóricos de la persona que lo practica. Y, sorprendentemente para muchos, también de sus creencias científicas, filosóficas y/o religiosas.
La forma más descriptiva de hacerlo podría ser: el reiki es un método que permite a cualquier persona transmitir a través de sus manos una energía distinta de la propia capaz de reequilibrar sistemas energéticos (desequilibrados).
Haciendo una interpretación simplista, se ha extendido una idea vaga sobre el reiki que podría ser, más o menos: el reiki consiste en poner las manos en una zona del cuerpo enferma para curarla.
Probablemente, esta simplificación responde a nuestro instinto de colocar la mano sobre cualquier zona dolorida, ya que a través de la palma de la mano transmitimos la energía de nuestro cuerpo. Un ejemplo es la forma que tenemos de agarrar un vaso que contiene una bebida demasiado fría. En este caso, se produce un intercambio de energía térmica entre la mano y la bebida que se detiene cuando sus temperaturas se igualan.
Un fenómeno similar ocurre cuando entramos en contacto con un enfermo. Se produce una corriente energética que intenta equilibrar el sistema enfermo a costa del sano. Es un ejemplo claro de aplicación del principio de los vasos comunicantes, cuyo resultado es un desgaste energético considerable que conocen muy bien los profesionales de la salud y los voluntarios.
A diferencia de este fenómeno natural, la persona que sabe reiki es capaz de equilibrar una zona enferma transmitiendo una energía que no es la suya, de modo que no se ve afectada por ello. Más bien sucede al contrario, ya que cada vez que hacemos reiki somos los primeros en beneficiarnos de su efecto reequilibrador.
Esta energía capaz de reequilibrar los sistemas energéticos humanos recibe el mismo nombre que su método de transmisión: es la energía reiki.
Es importante señalar que usamos el término energía, no para referirnos a una fuerza invisible de origen desconocido, sino que lo hacemos en estricto sentido, conforme a los dictados de la física cuántica. Ya que, en aplicación de la teoría de la relatividad, todo el universo puede ser explicado desde un punto de vista energético, en el que materia y energía son sólo dos caras de la misma moneda.
En este sentido, el reiki es una energía como cualquier otra: se puede detectar como la radiación, se puede medir como la presión, posee una frecuencia como el sonido, fluye libre a nuestro alrededor como la energía eólica,… Y aunque no podamos verlo como ocurre con la electricidad, podemos percibirlo (ya que materia y energía interactúan constantemente) a través de sus efectos.
Por citar algunos de sus efectos en enfermos: sensación de bienestar, disminución o erradicación de dolores, recuperaciones más rápidas, menores efectos secundarios de medicamentos,… De hecho, el reiki se emplea con enorme éxito como tratamiento complementario en hospitales de todo el mundo.
Su característica fundamental no es que se trate de una energía positiva (como muchos creen en otra simplificación inocente). El reiki se caracteriza por ser la energía propia del ser humano cuando se encuentra en su estado óptimo, tanto físico como emocional como espiritual.
Por ello, sintonizar con el reiki para nosotros mismos o para entregárselo a otros, o simplemente recibirlo de alguien capaz de hacerlo, tiene unos efectos tan beneficiosos tanto en la salud física como en la mental. Porque, aplicando el principio de los vasos comunicantes de nuevo, el ponernos en contacto con el reiki acerca progresivamente nuestra energía a la que corresponde a nuestro máximo potencial como seres humanos.
Hacerlo es posible para cualquier persona que asiste a un curso de reiki. Desde el de primer nivel, en el que el maestro de reiki ayuda al alumno a tomar conciencia de su propio sistema energético, lo sintoniza con la energía reiki (a través de iniciaciones que no son sino un ajuste de frecuencia) y le enseña unas reglas prácticas para poder transmitirla. Hasta los posteriores, en los que se aprenden otras aplicaciones como enviar reiki a distancia a un enfermo o a un momento temporal diferente (cualquier desequilibrio es susceptible de recibir reiki para perfeccionarse).
El método que enseñamos en estos cursos fue recogido a principios del siglo XX por el Dr. Mikao Usui, un japonés que se basó en los textos clásicos budistas para aprender y enseñar el modo de curar con las manos que Jesucristo practicó.
Resulta curioso pensar que las tradiciones cristiana y budista (y muchas otras), tan dispares en otros aspectos, utilicen el mismo término para describir el estado de máxima perfección del ser humano: iluminación.
Y que conforme la fórmula de Einstein: E=mc2, el paso de ese estado que representa el reiki (E es energía) a nuestra realidad material (m es materia) esté tan sólo en función de una constante: c2, que no es otra que el cuadrado de la velocidad de… la luz.